Edgar Allan Poe, padre del cuento literario moderno
José Antonio Ponte Far *
*Negreira,Galicia , España 1948) es doctor en Filología y profesor de la UNED, en la sección de Ferrol. Es también autor de varios libros de estudios literarios, como La renovación de la novela en el siglo XX: del 98 a la Guerra Civil (Anaya, 1992), Galicia en la obra narrativa de Torrente Ballester (Tambre, 1994), Camilo José Cela: su arte literario (Tambre, 1994), Cuentos españoles del siglo XIX (Anaya, 2000), Pontevedra en la vida y obra de Torrente Ballester (Caixanova, 2000), Dos solos de “Clarín” (Anaya, 2001), Ferrol en Torrente (Concello de Ferrol, 2001).
A solicitud de la revista digital Letras Liberadas amplío mis datos personales así: «Escribo desde siempre, desde que era niño inventaba historias, héroes que estaban más allá de cualquier realidad. Nacían de la influencia de Los tres mosqueteros, Corazón, Hombrecitos, los libros de Julio Verne o las novelas de Zane Gey. Más tarde fueron otros libros y los héroes se transformaron en seres de carne y hueso. En mi tierra era inevitable leer a Onetti y a los grandes escritores latinoamericanos: García Márquez, Borges, Vargas Llosa, Benedetti, Boy Casares, Arguedas, Rulfo, Arreola, Lezama Lima, Cortazar, Ribeyro… También cayeron en mis manos los grandes escritores anglosajones, Faulkner, Hemingway, Henry James, Bellow, Malamud, una lista interminable. Publiqué mi primera novela hace pocos años porque estaba ocupado viviendo. Un trabajo que en realidad disfrutaba, porque distribuí en las pantallas de cine la vida de otros héroes, héroes como James Bond o Indiana Jones, pero también la existencia dura y oscura de gente que un día descubren que el alma pesa 21 gramos. O que el mundo será siempre Babel. Hace unos meses dejé la dirección española de Universal Pictures y auque sigo muy vinculado al mundo del cine he podido terminar mi segunda novela Todas la huellas» .


Poe nació en Boston, se crio en Richmond, decía que era de Baltimore, pasó por Filadelfia y triunfó en Nueva York, donde vivió en el sur de Manhattan, en una casita de madera en el Bronx, rodeado de ovejas. Hoy se pelean por demostrar quiénes tienen más huellas de Poe y quién entendió mejor su alma.
Para el argentino Julio Cortázar, Allan Poe fue el gran maestro del relato corto, o cuento literario, moderno. Sin duda, tiene razón Cortázar al considerarlo el padre del cuento literario moderno, al que ha dotado de la dignidad y el prestigio que hoy posee. Además de su importancia como cuentista, hay que dejar constancia de que Allan Poe fue también un gran poeta, género en el que fue un referente para muchos europeos y americanos. El simbolismo francés de Baudelaire se inspiró en sus versos, y muchos de sus recursos fueron adoptados a principios del siglo XX por el surrealismo de André Breton.
En 1832, y después de la publicación de su tercer libro, Poemas, se desplazó a Baltimore, donde contrajo matrimonio con su prima Virginia Clemm, que tenía entonces 14 años. Un hombre desubicado en la vida se casa con una niña sin ninguna experiencia. Pero lo que prometía ser una catástrofe no solo no lo fue, sino que parece que ayudó a centrar al hombre y al escritor, pues en esa época entró como redactor en un periódico de la ciudad, en el que fue publicando narraciones y poemas, y del que llegó a ser director para convertirlo en el más importante del sur del país. Más tarde colaboró en varias revistas en Filadelfia y Nueva York, ciudad en la que se había instalado con su esposa en 1837. En la prensa comenzó una importante labor como crítico literario. Por su agudeza y sensibilidad fue muy incisivo y, con frecuencia, escandaloso, lo


que le granjeó cierta notoriedad, pero también muchos resquemores. En todo caso, sus originales apreciaciones acerca del cuento y de la naturaleza de la poesía eran acertadas y brillantes, y acabarían siendo aceptadas por toda la crítica posterior. En 1840 publicó en Filadelfia Cuentos de lo grotesco y lo arabesco; obtuvo luego un extraordinario éxito con El escarabajo de oro (1843), relato acerca de un fabuloso tesoro enterrado, muy en la línea de su temática predilecta, igual que el poemario El cuervo y otros poemas (1845), que llevó a la cumbre su reputación literaria.

